ENCUENTRO CON LA PSICOLOGIA

Mi vocación estuvo clara desde siempre, era vocación de sentido. Ya desde adolescente me quedaba horas junto al ventanal, cuando la casa dormía, pidiendo a las estrellas silenciosas, sus respuestas. Buscaba en los grandes escritores, en el carácter de las personas que admiraba, en la naturaleza. Buscaba en mí, hondo y constante. Buscaba en el mar, me sentaba en las rocas escuchando el romper suave de las olas, y en todo intuía que la vida es más trascendente de lo que los adultos parecían pensar, y mucho más hermosa. Quizás buscaba el sentido, el para qué, posiblemente por vivir en una familia donde casi todo era un sin sentido. Al tiempo que sobrevivía en el maremoto de conflictos, intentaba cumplir con lo que se esperaba de mí, en otras palabras estudiaba mucho y hablaba poco.

Con la mejor intención, mi padre consideró que por su experiencia estaba en posición de saber lo mejor para mí, decidió que sería odontóloga, así me lo comunicó teniendo yo unos 11, o 12 años y así empecé a verme, con la bata blanca y el torno en la mano. Cuando hoy lo pienso, me da risa. Me veía de veras, con la bata blanca, trabajando en mi casa, cambiando cabezales al torno y puliendo milimétricas medidas. Pensaba en los términos en los que él pensaba, libertad de horarios, no jefe y no sé cuántas ventajas más que él soñaba para mí. Creo que traduje que me amaba y sólo eso, creo que fui leal a su idea por su amor.

Por otra parte yo estaba hecha de palabras, de nostalgias, amores, historias y leyendas… Amaba la literatura, disfrutaba de escribir.   Renuncié a la literatura y cursé bachillerato biológico, a mis 17 pasé un verano eterno estudiando bioquímica, biofísica, biología y anatomía preparando el examen de admisión más difícil de todas las facultades por aquel entonces. Aprobé e ingresé en Facultad de Odontología. Duré dos días y medio.

Creo que siempre recordaré esa decisión, no fue la primera que tomé contra viento y marea, pero sí la que puedo revivir en todo detalle. La otra (irme de casa de mi madre) fue un proceso, ésta un huracán. Todo en mí se alzó diciendo No, esto no es lo mío, no quiero, no puedo. Era un no de olas de 10 metros y cielo negro. Impregnaba mi sentir de pies a cabeza, no daba lugar a consideraciones, ni a esperas. Caminé al coche consciente de cada paso, todos los sentidos despiertos, el sonido de cada paso era un adiós, cada centímetro era un centímetro más lejos y nada ni nadie me haría regresar. Conduje mi Fiat 600 amarillo clarito llorando, llorando todo el camino. Recuerdo que logré pensar “ esto es un peligro, no veo, estoy conduciendo y no calculo las distancias” , aminoré. Continué llorando, conduciendo y no viendo a los demás coches, en ese torrente sin limpiaparabrisas en el que andaba sumergida. Estaba dispuesta a pagar cualquier precio, pero la idea de que mi padre no podría comprenderlo y le dolería, era terrible. La otra, la idea de que se enfadara y me echara de casa, también. Cual mano derecha y mano izquierda, ambas estrangulaban mi garganta, un dolor punzante, continuo se cernía sobre mi. Jamás le había llevado la contraria, estaba en un escenario totalmente desconocido.

Una semana más tarde estaba yo sentada en el despacho de mi prima Hilda, hablando por primera vez con alguien de mente amplia de lo que me gustaría hacer de mi vida. Fué espectacular. Nos tomó una hora encontrar la respuesta y lo más milagroso fue como todo en la realidad se alió con esa respuesta, creo que la vida siempre premia a quien se atreve a ser auténtico. Pocos días más tarde era la estudiante de psicología más feliz del mundo. La vida se nutre de los contrastes.

No recuerdo como convencimos al decano, si sé que entré fuera de fecha, aún hoy cuando regreso a Uruguay paso alguna vez por el amado edificio. Tengo tanto que agradecer…

Así que confieso que No vivo mi profesión como un trabajo, es un hobbie, una pasión. Me siento privilegiada por formar parte de lo esencial en la vida de muchos, es un regalo asistir a sus decisiones y cambios más importantes, tener butaca de primera fila en sus descubrimientos más reveladores. Agradezco a cada uno de los pacientes que me eligieron y a los que hoy me eligen, el encuentro. Agradezco a mis ex pacientes seguir formando parte de sus vidas, que me traigan a sus hijos recién nacidos, asistir a sus bodas, o recibir las noticias de los logros. Observo cuanto me han dado y me siguen dando y me asombro de que ellos sientan que les he dado tanto, y aprendo.

Aprendo sobre el amor y sus misterios…