No recordamos quienes somos… Somos tan anchos, que el Rio de la Plata parece un hilo fino, que salta un niño con sus botas rojas una mañana de risas y charcos, comparado a nuestro estuario. Tan largos somos, que el Nilo más parece suspiro, que arteria continental de faraones, si se le mide con nuestro cauce.

No hay amores que no estén grabados, en los estratos de nuestra profundidad; amada en la tierra de las gaitas, abuela bajo el cielo de los Incas, sacerdote en un templo del Egeo, monje en Asís. Padre de un criador de caballos en la Arabia de las mil y una noches, esposa del herrero, hombre medicina antes de la invasión de los ingleses a la tierra del oso y el halcón. Salto del salmón, hoguera, bautismo, promesa cumplida… Somos anchos como la frente del justo y largos como la esperanza del sabio. Llevamos todas las estaciones en la geología del alma, selladas con el hierro rojo del herrero. Es hora del recuerdo.

No hay dolores que no estén grabados en los estratos de nuestra profundidad, no hay guerras que no hayamos luchado, ni bando que no nos conozca. No hay separaciones que no hayamos llorado, ni juramentos que no hayamos roto; no hay lágrimas que no hayamos causado, ni sangre que no necesitáramos perder, para renacer. Vemos hoy los estratos de nuestra geología, que sienten, que este es el tiempo. Nos susurran quienes fuimos, para descorrer el velo del olvido.

Somos la madera, las pequeñas piezas de metal y las cuerdas, en busca de las manos que arman la lira y ofrendan su música dormida. Somos el imán, al aguja y el norte, en espera del viajero que regrese sobre sus pasos, hacia la verdad, que suspira cual princesa en una torre.  Que se alegra, que aguarda, sin perturbar el aroma de la primavera, con una sola queja.

La verdad espera. Suspira por ser hallada. Es hermosa como la doncella y duradera como la torre. ¿Descorremos el velo del olvido?

Todo, tuvo sentido en el viaje. Cada cabezonería porfiada nuestra, de insistir por caminos que no son; cada año perdido en el aturdimiento gris del temor, en que no sembramos, no regamos y no cosechamos vida. Todo tuvo sentido. El descenso desde la roca del orgullo, al río; el ascenso desde la pereza, al trabajo ofrendado con amor; el tiempo en la jaula del egoísmo y la puerta abierta de par en par, que abrimos al regalarnos, la que permite volar.

Todo tuvo sentido. Es necesaria la madera y necesarias son las piezas de metal, cada cuerda resulta indispensable, pero lo más necesario, son las manos que hacen de tres elementos sueltos una lira. Esas manos, que luego acarician las cuerdas y ofrendan la música que hasta entonces dormía, para que nunca más quede vacío el aire de su melodía.

Las manos símbolo fiel de aquello en nosotros que realiza la síntesis: consciencia. Consciencia que da sentido, que unifica.

La verdad espera.
Suspira por ser hallada.

Descorremos los velos del olvido, con cada paso dado en pos de aumentar nuestra consciencia. Son tantas las actitudes liberadoras que podemos elegir… Detenernos, dejar la prisa atrás, observar. Preguntarnos, pedir ayuda, ver como nos ven los demás. Mirarnos en nuestras obras, en nuestros vínculos, elegir lo esencial. Comprometernos con nuestros sueños y entregarnos de verdad. Reconocer y soltar. Reconocer y aceptar. Reconocer y cambiar. Ser más y más.

Somos anchos como la frente del justo,
largos como la esperanza del sabio,
llevamos todas las estaciones grabadas en la geología del alma,
selladas con el hierro del herrero.

Es hora del recuerdo,
es hora de sabernos por fin, amor y luz,
verdad y cielo,
hijos de lo eterno.

Que así sea.
Que no sigamos recogiendo cuerdas,
ni apilando maderas…
Que armemos la lira,
para que nunca más esté vacío el aire,
de su melodía.