CONFESIÓN AL CIPRÉS

El sauce de Babilonia
llueve gracia,
la derrama
como una dama
como un arpa.
Cuando la brisa
sin poder contener su anhelo
llega a sus ramas,
no puedo contener mi anhelo…
Y aún así,
tú.

El olivo,
testigo silencioso
de ese instante eterno
que recuerda al mundo
la Voluntad que no es del mundo,
me interpela.
Me inclino,
me arrobo en su tronco
escultura inconclusa del Amor.
Y por él,
tú.

Tú, que elegiste la sencillez radical
de ser flecha y sólo flecha,
me convocas.
Al verte
mi corazón osado
loco y osado,
le habla al Arquero.
Abrazaste la vocación extrema
de apuntar a las estrellas
y sólo a ellas.
El alma
tiene un sólo dueño.
Flecha, sólo flecha.
Tú,
sólo tú.