Cristo quiso que nosotros resucitemos, abrir camino es eso. La mente nos juega ciertas malas pasadas ¿no? Si vemos la resurrección, como un triunfo apoteósico, acaba por ser lejana. O imposible. Pero ¿y si resucitar como florecer, como triunfar, no fuese sino la culminación de proceso gradual y largo?

El triunfo del Espíritu… Mmmmm…

Hay misterio en el espíritu. Misterio es lo aún no revelado, lo que está más allá, lo que podemos atisbar, pero no vemos, ni de puntillas, ni subidos a la silla. Aún no. El espíritu es lo que habita la materia, la anima, le da aliento, pulsación, calor… Es el fuego del amor en el sentir y el brillo de la luz que enciende de intensidad la mirada, cuando vibramos, cuando nos conmovemos, cuando algo nos toca para abrirnos desde dentro.

Ese algo que nos abre, es siempre, y todas las veces, espíritu. El espíritu del mar que le cuenta a nuestro ser que siempre habrá arrullo, el del árbol que testimonia frutos y sombra fresca.  El espíritu con que Zimmer compuso “Now we are Free”, y Lennon nos legó “Imagine”. Espíritu eres tú, subiendo el volumen, pisando el acelerador y bajando la ventanilla, para sentirlo todo. Si, ser creativo es espíritu, dar lo mejor es espíritu, sentirse vibrante es sentir el espíritu, y no hay mejor forma de vibrar, que ser sensible.

Así que espíritu es sensibilidad, veamos esa parte del misterio. Sensibilidad es sentir de veras lo que siento: permitirme estar conmigo, darme cuenta, estar presente, no negarme, no salir corriendo. Sensibilidad es estar contigo, porque supe estar conmigo, tenderte la mano, escucharte, adivinarte. La sensibilidad une, y el espíritu es unidad, así que si, la sensibilidad es uno de sus bellos caminos.

Sensibilidad lleva a cercanía, que es saber que no somos tan diferentes. El otro necesita como yo, su espacio; y sensibilidad sería quizás no invadirlo, esperarlo, respetarlo. El otro necesita de aliento, porque duda de sí mismo y su capacidad, como dudo yo de la mía. Y le duele una montaña como a mi. Y se esconde, como yo.

Sensibilidad es apertura, no hay nada más espiritual que la apertura. El otro necesita mi corazón abierto, mi mente abierta, mi mirada abierta, para salvarse de la superficialidad que está embruteciendo al mundo.  La apertura hace posible la intimidad, y sólo en ella y por ella, se disipa el vacío.

Vacío es ausencia, no de dinero, de actividades, de logros, de viajes; sino espíritu. Dado que espíritu es lo que somos, vacío es ausencia de uno mismo.

Así que resurrección, es triunfo del espíritu y el espíritu es simplemente esa cualidad nuestra que hace de lo cotidiano algo vibrante. Podemos cocinar con espíritu, pensar, sentir, abrazar, confrontar, con espíritu. Podemos y debemos. Debemos porque con espíritu, la vida se llena de magia.

Hoy domingo de resurrección el sepulcro está vacío. Que nada nos llame a engaño, el sepulcro es horrendo y es tarea nuestra. Está en la ausencia, la terrible creencia de que no soy necesario al mundo. Esta en no darnos cuenta, no sorprendernos de la brisa, el calor del fuego, el aroma del pan. Está en no maravillarnos de que podemos tender la mano y con un gesto cambiar algo. Está en negar que somos el misterio.

Hoy domingo de gloria, el sepulcro está vacío. Viajemos juntos, hagamos que resucitar sea ni más ni menos, que ese misterioso proceso gradual de aprender a vivir, con sus mil fracasos, y sus mil y una oportunidades.

Vamos, de la mano.

Vamos, paso a paso.

De la mano.