EL DIA DE LOS DIFUNTOS EN TIEMPOS DEL COVID Siento que la muerte como fin de la vida no existe y que la distancia no impide al amor acompañar y acariciar. ¿Cuestión de fe? En realidad no. La fe concierne a aquello que creemos. Lo que sentimos es vivencia, es experiencia vibrante piel adentro, a veces tan dentro, tanto… que lo sentimos en el corazón. Cada vez que el corazón experimenta algo intensamente, se ensancha. Parecería que no cree en los límites del pecho y se los salta a la torera.
Han muerto 1.200,000 personas de Covid, muchas en hospitales, sin sus seres queridos cogiéndoles la mano. Es una realidad. Esta noche es la de todos los difuntos, una tradición cristina que jamás he celebrado, nunca he ido al cementerio a visitar a mi padre, ni a mi madre; sin embargo hoy la celebro escribiendo. Podemos acompañar a los que ya se han ido y a los que se marcharán. Es una realidad.
Siento que la muerte como fin de la vida no existe y que la distancia no impide al amor acompañar y acariciar. Hace 18 meses estuve a punto de cruzar las puertas del cielo, perdí la consciencia unas horas debido a una doble fractura de cráneo. Fue bueno perderla ya que además había 8 costillas fracturadas y algun hueso más. No puedo contar que vi un túnel, ni que mantuve una conversación en la que evalué si partir o quedarme. Tampoco afirmo que no la mantuviera. Lo que afirmo es que sentí a Dios y que desde entonces, su presencia es intensa en mis días. Afirmo que sentí las oraciones de mis amigos y su amor me envolvió más sólido que las paredes de la UCI, mas real que las máquinas que me permitían respirar, más eterno que este cuerpo que se ha recuperado, pero algún día dejará de ser mi hogar.
El amor se siente, sin importar la distancia. Las oraciones llegan, sin importar si el que ora pisó una iglesia o no. Los que dejaron el cuerpo siguen estando conscientes de lo que sentimos quienes les amamos, de hecho lo sienten durante muchos meses. Aprovechar esta realidad para acompañarles, es lo mejor que podemos hacer por ellos, hayamos estado cogiéndoles la mano o no. Son tantas las veces que mis pacientes me han relatado que sus seres queridos les contactan, que no puedo dudarlo. Son tantas las veces que sienten el momento de la retirada a otro plano (en torno a los 6 meses luego de la fecha del fallecimiento) que no puedo dudarlo.
Cada oración que elevamos, enciende una llama que mejora el campo emocional colectivo, el que nos permea a todos. Dar las gracias a los que se fueron por lo recibido, les hace bien y nos hace bien. Recordar los momentos con ellos como un regalo, les acaricia y nos enseña a sembrar nuevas buenas memorias con los días que se nos conceden.
Todo gesto responsable, todo aprendizaje, cada nuevo embellecimiento de nuestro campo emocional y mental, contribuye al bien de los que se fueron y de los que están elaborando un duelo. Nada está separado de nada. Si la luz de un ser aumenta, la luz de la humanidad aumenta. Si una persona expresa amor, hay más amor expresado. Exaltemos la vida y ayudaremos a elaborar las despedidas. Aprovechemos el tiempo en que tenemos aquí a nuestros familiares, para redoblar nuestras expresiones de gratitud y amor… y habrá más gratitud y más amor. La muerte no es el fin de la vida, pero es un tránsito de sagrada importancia.
Acompañemos.
El amor y la buena voluntad no tienen barreras.
Ni las tendrán. Acompañemos.

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