Es sábado.

El cuarto sábado, de aquel día en que lo aparentemente imposible ocurrió, y una protección invencible hizo que no ocurriera. He sentido la fuerza curativa de los meditadores concentrados en aliviar mi dolor, en permitirle al envase de la vida no romperse, y así permitirme seguirlo habitando… para que un tiempo nuevo, regalado, me de la mano.

El golpe quebró por dos partes el temporal derecho, y el contragolpe causo hemorragia al lado izquierdo, inflamando las meninges hasta cefaleas casi imposibles. Pero poco a poco el maremoto cedió.  Al irse dejó mi cuerpo aterido y flaco, pero sin daños cerebrales.  Agradecí la morfina y la luz de tantos. Agradecí las oraciones, las velas encendidas, las visitas, las palabras de aliento, los ofrecimientos… Agradecí la mano de mi hijo, ya no un hombre, ahora un gigante. Agradecí – y esto posiblemente sea egoísmo-, ser yo quien tenía diez fracturas, y que fuera él quien con su amor uniera huesos a huesos, sueños a la oportunidad nueva y su fuerza a mi destino.

¿Qué presencia permite mantener la calma, si desde otro país se recibe la noticia de que un caballo ha caído sobre tu madre y quien está allí, no se sabe donde llevarla?  ¿Qué presencia sino el alma?

Lo dejo todo y en el primer vuelo vino. Lo dejo todo y vino a darlo todo. No flaqueó nunca, ni perdió su aura de paz en ninguna noche oscura. Supo sostenerme incluso cuando yo misma me quebré; cuando luego de 6 días de no comer, y no tener tregua, de sentir todos los dolores clavados en eso tan frágil, tan mortal, tan pequeño, que habitamos,  el dolor volvió a aumentar…

Me quebré, pero él supo a quien llamar, y llamó.  Y el Señor de la luz, volvió a poner orden para que la vida fluyera.

¿Qué fuerzas que no vemos nos protegen? ¿Qué ángeles nos cuidan la espalda? ¿Cómo es posible que mi tórax delgado aguante, caído sobre el cemento, la caída del caballo que al resbalar me había tirado? ¿Cómo pudieron esas siete costillas fracturarse, sin perforar pulmón, ni corazón? Se comportaron como un lobo blanco, que sin hambre, no muerde. ¿Qué o quién estaba allí, para que el lobo no mordiera?

¿Cómo puede una clavícula partirse en tres y no desalinearse? ¿Quién nos cuida cuando lo imposible ocurre?

Aún no puedo abrir un frasco, ni caminar muchos minutos, no puedo peinarme, comprar comida, ni cocinar. Tomo consciencia de la generosidad con que tantos ayudan, y de los mil movimientos pequeños,  que daba por garantizados… ¡Cuanto tenemos Dios mío!

Es sábado. Hace cuatro semanas de aquel día en que lo aparentemente imposible ocurrió y una protección invencible hizo que no ocurriera. Tengo días y días, o años y años, de regalo para agradecer la protección visible, la invisible y a Dios, que hizo posible que la parte mortal de mi, siga alojando, lo que en mi no muere.