Otra dimensión importante de la inofensividad, es hablar la verdad.  Si intentamos ser agradables para con los demás, pero no hablamos la verdad, los estamos engañando.  Si decimos la verdad de forma desagradable, herimos. Hablar la verdad ya es un logro en sí mismo; hablar la verdad agradablemente es su dimensión superior.

Cuando no estamos orientados a la  verdad,  no hay alineamiento en nuestra personalidad, en esa situación no hay posibilidad de relaciones auténticas con los demás, ni con los hechos. El resultado es el vacío, el conflicto, la confusión y la inquietud. Si emprendemos el camino a la paz, hemos de ser valientes y constantes en la tarea de examinar nuestra  tendencia a ocultar nuestros verdaderos motivos. En la pureza de nuestros motivos nos lo jugamos todo, la ocultación correlaciona con motivos egoístas, detectarlo y modificarlo es esencial.

Cuando uno mismo no es recto, ni sincero, lo que vemos tampoco nos parece que sea recto. La distorsión interna, hace que lo que vemos y oímos se recibe distorsionadamente. Nuestra mente es un espejo turbio, que nos impide la conexión verdadera. La solución reside en un constante autoexamen que purifique la mente.