Queremos, que la familia sea un refugio, un descanso, incluso un santuario; que nos proteja de la vida cotidiana, nos nutra y nos regenere, sosteniéndonos pase lo que pase. Deseamos que sea un nido del que es fácil despegar y al que siempre podemos regresar, encontrándolo como lo dejamos. Anhelamos que nuestros familiares nos comprendan, que sepan de nuestras necesidades y sueños, que nos apoyen. ¿Quien si no ellos?

Resulta, mira por donde, que las más de las veces, para los más de nosotros, no ha sido esa la experiencia.  Lo resolvemos lo mejor que podemos, decidiendo que construiremos una que sí sea todo eso, o más, creyendo que una idea noble basta.

Elegiremos a nuestra pareja bien y modelaremos a nuestros hijos con nuestras mejores intenciones, por tanto se hará realidad la imagen nuestra de lo armónico.  Que descanso.

Pero, mira por donde, son nuestros hijos quienes nos modelan, la pareja atraviesa tantos cambios que elegir bien no es lo contrario de trabajar mucho, y vamos descubriendo que las ideas nobles no se encarnan hasta que no logramos la nobleza.
Así que vamos reconociendo, paso a paso,  más y más, que la familia aunque pueda ser refugio, es más bien escuela, más que descanso es un gran trabajo, más que un santuario es lo que nos purifica para hacernos con el tiempo dignos del santuario, (el corazón humano).

Trabajo intenso, que requiere desarrollar tolerancia, porque somos diferentes; perdón porque nos lastimamos; bondad y paciencia porque sin ellas la intimidad da lugar a la irritabilidad y cuando esta llega, el respeto se va y el hogar sangra.
Trabajo largo, porque apenas las cosas están por fin en orden, como por encanto pasa algo que las desequilibra, y se requiere volver a nivelar las balanzas.

Trabajo continuo, porque así esté uno de viaje o se vaya a un retiro, se lleva a cada miembro de la familia consigo, perro incluido.

Pero, mira por donde, pese a que no es un refugio, sino un trabajo intenso, largo y continuo, la familia es la mayor bendición, es la escuela precisa,  – a nuestra medida personal-, para aprender el arte de amar. Perdón, el sublime arte de amar, debí decir.

La familia es la mejor escuela, porque de sus lecciones nadie se escapó jamás.  Hemos logrado construir túneles bajo el mar y colocar satélites en el cielo, pero nadie nunca logró encontrar la ventana por la que fugarse de su familia. No la hay. Ella permanece allí donde vayamos en nuestro interior, más duradera que el tiempo. Está inscrita en nuestro ser mas hondo que nuestros huesos, más profundo que el ADN;  determina nuestras relaciones, nuestra forma de mirar, pensar y sentir o no sentir. La familia nos constituye y nuestra forma de vincularnos a ella, nos define.

Los conflictos que ella eligió para nosotros sólo pueden trascenderse o repetirse; no hay escapatoria, se transforman o se quedan.  Lo que no resolvemos, lo encontramos en la familia que construimos, ineludible.  Las virtudes que de ella devienen, también permanecen; no se pierden ni en un naufragio.

La familia se queda, más allá de nuestra muerte, se sigue quedando.
Y tanto lo bueno como lo malo está llamado a ser bueno, ese era el núcleo mismo del viaje.

La familia es esa escuela a medida, que la vida nos regaló, para aprender el sublime arte de amar.