Cuando el amor ya no es una emoción, ni una relación, sino un estado de consciencia, es posible vivir la incertidumbre con plena paz. Quizás la de abrazar la incertidumbre, sea una de nuestras tareas espirituales fundamentales.
No sabemos lo que ocurrirá mañana, ni dentro de un momento. No sabemos cuál será la próxima pregunta, ni quien la llevará en su mirar. No sabemos del heroísmo contenido en nuestros nervios aún no puestos a prueba, ni de la templanza de nuestra calma, en la tormenta que aún no llega.
No sabemos cómo fue posible que la ayuda perfecta llegara en el momento preciso, a encontrarnos bajo el lirio. No sabemos qué hará el amor a continuación, quizás aparezca alguien que nos robe el corazón; quizás alguien indispensable se aleje, sin darnos tiempo a eso que llamamos prepararnos y descubramos que nos habíamos preparado la vida entera, y que lo único indispensable era seguir amando.
No sabemos porqué reconocemos lugares en los que jamás hemos estado, y los sentimos más familiares que el pan, el café y el aroma de la mañana; ni sabemos porque ciertas personas evocan con sólo llegar, casi casi antes de hablar,  llanuras, caravanas y juramentos cumplidos.
No sabemos porque tiene el amor la fuerza colosal de la epopeya, ni porque nos regalaron la vida. No sabemos porque nos la siguen regalando, día a día, así, sin más. No sabemos de los miles de años que viaja la luz de las estrellas para llegar besar nuestra mejilla, ni de los miles de años que el corazón ha viajado, para por fin, entregarse a ellas.
No sabemos si mañana podremos seguir caminando y sentir en nuestros pasos el bosque, y saberle escuchando nuestros sueños; pero sabemos que podemos agradecer caminar hoy, y sabemos que si nuestras piernas no vuelven a andar, habrá un don misterioso en ello, y luego de llorar, podemos descubrirlo.
No sabemos cuál será la próxima pregunta, pero sabemos que daremos respuesta con el alma, pues sólo ella reina sobre el sentido.
No sabemos quién se irá, ni cuando, ni como, pero sabemos que hay un lugar del que nada, ni nadie se va, y lo elegimos.
Cuando a fuerza de elegirlo, allí vivimos puede que sigamos sin saber, como pude el amor tener fuerza de epopeya, pero sabemos que sin él todo es nada y con él todo es todo.
Sabemos que si nos rendimos nos hace invencibles, si nos perdemos nos encontramos, si nos damos nos tenemos. Sabemos que si de amor morimos, en amor vivimos.
Sabemos.