Tal vez la polaridad que más nos afecta como seres humanos encarnados en un cuerpo es la de los sexos. Condiciona gran parte de nuestra existencia, por no decir que es un factor determinante. En una sociedad humana, es evidente que existen esas dos fuerzas representadas en la naturaleza de lo femenino y de lo masculino. ¿Es posible definir estos dos conceptos por sí mismos, independientemente de valores sociales o históricos? Atrevámonos:

Lo masculino se expresa como actividad intelectiva, racional, individual, conquistadora, competitiva, exigente y desafiante. Lo femenino se manifiesta como acción sensible, intuitiva, global, conservadora, cooperadora, tolerante y consecuente.

La acción yang es sobre todo especializada, consciente de sí misma, y domina en ella la visión particular. La acción ying es substancialmente holística, consciente de su entorno, y prevalece en ella la visión del conjunto.

En términos modernos, y siguiendo la nomenclatura acuñada por el físico cuántico Frijot Capra, podríamos denominar a la acción masculina como «Egoacción» y a la femenina como «Ecoacción».

Ambas actividades están estrechamente relacionadas con las dos formas de conocer y experimentar que tiene la conciencia humana: el conocimiento intuitivo, propio de la experiencia sensible, y el racional, propio de la experiencia intelectual.

En el seno de una sociedad, podemos relacionar el primero con el misticismo, la religión y el arte, y al segundo con la ciencia, la investigación y la política. Sin embargo, no debemos olvidar que ambas posibilidades de conocimiento —racional e intuitivo—, ambos modos de experiencia —intelectual y sensible—, y ambas formas de actuar —egoacción y ecoacción— son dos aspectos complementarios, totalmente  necesarios para la evolución y desarrollo tanto del individuo como de la sociedad humana en general, pues como muy bien enseñaban los filósofos chinos, el bien no se halla en el ying o en el yang, sino en una sana armonía entre ambos, mientras que el desequilibrio es siempre una fuente de calamidades y desdichas.

La salud, la energía vital y la fuerza creativa de una sociedad, dependen de una unión armónica entre el pensamiento y el sentimiento, entre la ética y la estética, entre los valores y el comportamiento, entre la filosofía y el arte, entre la razón lógica de la ciencia y la intuición sensible de la mística, entre los elementos masculinos de esa sociedad y los elementos femeninos (gobernantes y gobernados). De la misma manera, también en el interior de una persona el equilibrio se dará en base a la concordia de los dos aspectos, que subyacen en dicho individuo aunque con las características propias de cada sexo.

Han sido muchos los momentos históricos donde ese equilibrio se ha respetado, generando verdaderas maravillas que han dejado eco en la tradición. Otras veces, uno de los aspectos ha cobrado preponderancia sobre el otro, creando conflictos y diversas problemáticas, cuya resolución ha sido muy variada.

Mucho podríamos hablar de ese gran misterio que es el ser humano vestido de hombre o de mujer. Miles de páginas se han escrito tratando de desvelar los grandes enigmas que encierran él y ella, pero qué mejor manera de penetrar en el gran misterio que sumergirnos en el propio corazón de sus protagonistas, dejándonos raptar por el saber intuitivo, por el lenguaje del corazón… Por eso  me gustaría traer a estas páginas una de las voces masculinas más inspiradas de nuestro siglo, alguien a quien admiro profundamente y a quien yo llamaría “el último trovador”.  El permiso para entrar se lo ha ganado, a mi parecer, con sus versos. A través de sus ojos podemos conocer una perspectiva de nosotras mismas a la que solas nos sería muy difícil llegar, quizás por nuestro propio pragmatismo, quizás porque sería un alarde de vanidad.

Así que permíteme, mi querido amigo desconocido, que no sea mi mente de mujer la que hable de él ni mi alma femenina la que hable de ella. ¡Qué paradoja que la mejor manera que tengo para descorrer el velo del eterno femenino sean las palabras de un hombre; y que la mejor manera que tengo para mostrar la esencia masculina, sea rindiendo homenaje al hombre que hay tras los versos del poeta y que es capaz de penetrar con respeto, y casi diría yo, con adoración, en nuestro santuario femenino. Aquel que como nadie sabe estremecer nuestro corazón sensible de mujer, que es capaz de dar forma a nuestros anhelos sutiles e iluminar con luz solar nuestra noche de estrellas.

Léelo despacio, porque este texto encierra un gran misterio:

“Ella es algo más que los versos que la nombran, que la dibujan, que la sienten. Ella es el espacio y el tiempo, la distancia y la caricia, la lluvia en un tarde de verano y el calor frente al hogar cuando el invierno invita al recogimiento.

            Ella es el mejor libro que abrieron mis manos y el mejor pasado y el mejor presente y la mejor promesa de futuro. Es el cabo al que me aferro en los momentos más difíciles y el control más sutil de mis vanidades desbordadas. De ella es el aplauso más sonoro, el más luminoso y el más reconfortante, como también es de ella la advertencia y el aviso. Guardián amable de mi trascendencia, inquebrantable vigía de mi rumbo.

            Ella es lo emotivo de cada día, la sonrisa de cada día, la urgencia y la calma de cada día y cada día desborda de sí misma sobre las cosas sencillas, descubriendo los detalles disimulados por el velo constante, de la constante lucha por la vida.

            Ella va por pan y viene por flores, ella va por luz y se trae el rayo de sol más hermoso y la luna y las estrellas. Ella va por mí y me trae proyectando nuevos planes para mañana y mañana para pasado. Ella va por un “yo” y lo trae transformado en nosotros.

            Me sugiere el descanso y el asombro, y el silencio y la esperanza, y lo mucho y lo poco. Me espera pacientemente cuando me voy volando detrás de una idea y me acompaña con su alegría y su fe cuando corro detrás de una quimera. Es como un volcán que en lugar de estallar en ríos de lava, estalla en ríos de rosas.

            Esto es para ti, compañera total del alma mía: eres el prisma que rescata del constante rayo de luz de la vida, uno por uno, todos los colores para decorar el camino que juntos caminamos; eres el acontecimiento más importante en los orígenes de mi sensibilidad, eres la brisa fresca que empuja mi vela hacia puerto seguro; eres el vuelo de la metáfora y de mis realidades, eres y porque eres me llaman a cada instante las claridades de mi entendimiento y las fuerzas incontrolables de mi emoción, en la plenitud de mi alma para decirte una vez más, lo que tanto sabes…¡¡TE AMO!!    (autor: Alberto Cortez)

En fin… ¿Qué puedo añadir? Ellos son capaces como nadie de poner en palabras nuestros más altos anhelos, de hacernos sentir diosas encarnadas en la tierra, de ayudarnos con su visión a trascendernos a nosotras mismas y a superar nuestras propias contradicciones. Ellos como nadie han alcanzado a explicar lo que nosotras sentimos, si bien la mayor parte de las veces no lo sabríamos expresar.

De la misma manera que cuando nos miramos en un espejo nos reconocemos por la imagen que vemos en él, quizás los creadores de la vida idearon lo femenino y lo masculino en ese mismo sentido: como un espejo, donde reconocernos en los ojos del otro.

Sin embargo, más allá de él y de ella, agazapado en un rincón del alma, anida el espíritu inmortal que no conoce de sexos ni de polaridades. Ese que asoma por la ventana de los ojos y que tampoco tiene edad, pues es tan viejo como el Universo. Aquel que está hecho de la misma esencia luminosa de las estrellas y que nos alienta (seamos más o menos conscientes de ello) a elevarnos hacia la conquista del divino andrógino. Una perfecta fusión de las fuerzas masculinas y femeninas que se agitan en nuestro interior y que según cuenta la tradición hermética, es el estado primordial del Ser y al que habremos de retornar cuando hayamos consumado en nuestro propio interior “la hierosgamia” o unión mística que nos reintegrará a la unidad con el Todo.

Aunque, tal vez… todavía falte mucho para eso…

Herminia Gisbert