Están de acuerdo los sabios en que hay un mundo invisible que sostiene al mundo visible, un molde de energía en el que la materia se precipita, tu y yo, el bosque florecido, las bandadas volando… Todo lo visible surge de ese molde y algún día, a él regresa.

Dicen esos sabios, que en Aries tenemos disponible la energía de la resurrección.

¿Y si lo tenemos presente y vivimos el mes de la Pascua y el día de la Pascua con consciencia? ¿Y si reflexionamos en la resurrección en nuestra propia vida?

¿Podemos ver las crisis, lo que muere, lo que cambia, como una oportunidad? ¿Deseamos cambiar o tememos al cambio? ¿Le hemos puesto una dirección al cambio, o vamos reaccionando a lo que sucede?

¿Que dirección nos marca el alma? Por fortuna además de las respuestas únicas, que cada uno ha de ir encontrando, tenemos respuestas universalmente válidas que nos dan Norte. El alma elige la opción que nos lleva a servir, amar, aprender, enseñar. Todas las veces. Incansablemente.

Una vez que la dirección correcta para el cambio está bien establecida en nuestro horizonte, queda estar atentos a lo que nace y acompañar con mimo. Acompañar con mimo y fuerza, con estabilidad, es ser partero del alma. Vinimos a dar a luz nuestro propio potencial, que es inmenso. En la medida en que lo hacemos, nos convertimos en un medio para que la vida cultive a través nuestro, el potencial de otros. Nadie lo expresó mejor que la Madre Teresa “ Ser un lápiz en las manos de Dios” permitir que Él dibuje, escriba poemas, pinte carteles, permitir que deje notas en el viento, para que otros encuentren el camino. No existe plenitud mayor.

Lo que nace siempre necesita de nosotros. Siempre. Cuando lo acunamos tejemos puentes entre el mundo visible y el invisible; entre el futuro y el presente, entre el cielo y la tierra. Al hacerlo aprovechamos los dones del tiempo y el tiempo sonriente nos cubre con una alegría luminosa, que enciende de más sentido los días.

El sentido lleva al sentido, la profundidad levanta velos hacia profundidades mayores, ofrecernos nos hace plenos.

La belleza podría ser un muy buen recordatorio de porqué es deseable abrazar el cambio. Rara vez al ver algo bello, recordamos la mutaciones sufridas, sin embargo son su esencia. En el diamante la transparencia es hija de las presiones y temperaturas más enormes en el vientre ígneo de la tierra; en la flor, el pétalo fue hoja, cambió su grosor, su textura, su color; su aroma testimonia aquí y ahora, en tu mano, su nacimiento a un estado superior.

Veamos en lo que ahora está en crisis, la oportunidad; 
en lo que muere, el llamado a nacer a otro nivel.
No es posible ver la oportunidad si no la acunamos antes, en el corazón.

Es tiempo de resurrección en lo personal, lo familiar, en lo social,
acunemos llenos de visión y de fe, lo mejor
y lo mejor vendrá.