Hay un mundo invisible que sostiene al mundo visible, un molde de energía en el que la materia se precipita, y con ella tu, yo, el bosque, las bandadas… Todo lo visible surge de ese molde y cambia con sus cambios.

En Aries el año se inicia y con su nacimiento tenemos disponible la energía de la resurrección,  la Vida nueva desciende, la voluntad recibe un impulso excepcional,  la oportunidad de ordenar de forma más profunda los patrones emocionales, mentales y físicos está disponible. Tenerlo presente y vivir el mes de la Pascua y el día de la Pascua con consciencia, es posible. Tenerlo presente y alinearse con lo invisible, la energía, para precipitar la mejor versión de lo visible, es el llamado.

Reflexionando en la resurrección en nuestra propia vida, podemos preguntarnos ¿Puedo ver las crisis, lo que muere, lo que cambia, como una oportunidad? ¿Cuándo procuro evitar el cambio? ¿He establecido un Norte, una dirección al cambio, o voy  reaccionando a lo que sucede?

La pregunta esencial siempre es “¿qué dirección marca el alma?” Por fortuna además de las respuestas particulares, que cada uno ha de ir encontrando según sus desafíos, experiencias previas y talentos, tenemos respuestas universales. El alma elige la buena voluntad sobre el deseo personal; servir por sobre poseer; dar como vía de recibir lo mejor, (entendiendo que lo mejor es lo que expande nuestra luz). El alma elige responsabilizarse plenamente de los deberes como forma de garantizar que lleguen los derechos, lo expresaba de manera maravillosa Mahatma Gandhi “es del Himalaya de nuestros deberes de donde fluye el Ganges de nuestros derechos”. El alma opta por aprender como antídoto a repetir, sabe que no repetir es sinónimo de liberarse.

Una vez que la dirección correcta para el cambio está bien establecida, queda estar atentos a lo que nace y acompañar con mimo. Acompañar con mimo y fuerza estable, es ser partero del alma.

Vinimos a dar a luz nuestro propio potencial, que es inmenso. En la medida en que lo hacemos, nos convertimos en un medio para que la vida cultive a través nuestro, el potencial de otros. Nadie lo expresó mejor que la Madre Teresa “Ser un lápiz en las manos de Dios” permitir que Él dibuje, escriba versos, pinte señales. Colgar banderas de oración para que Él les de voz mediante el viento y así muchos encuentren el camino.

Resurrección es nuevo nacimiento; lo que nace siempre necesita de nosotros. Siempre. Cuando lo acunamos tejemos puentes entre el mundo visible y el invisible; entre el futuro y el presente, entre el cielo y la tierra. Al hacerlo aprovechamos los dones del tiempo y el tiempo nos cubre con una alegría luminosa, que enciende con más sentido los días.

El sentido lleva al sentido, la profundidad levanta velos hacia profundidades mayores, ofrecernos nos hace plenos.

La belleza podría ser un muy buen recordatorio de porqué es deseable abrazar el cambio. Rara vez al ver algo bello, recordamos las mutaciones sufridas, sin embargo son su esencia. En el diamante la transparencia es hija de las presiones y temperaturas más enormes en el vientre ígneo de la tierra; en la flor, el pétalo fue hoja, cambió su grosor, su textura, su color; su aroma testimonia aquí y ahora, en tu mano, su nacimiento a un estado superior.

Veamos en lo que ahora está en crisis, la oportunidad; 
en lo que muere, el nacimiento  a otro estado del ser. 

No es posible ver la oportunidad si no la acunamos antes, en el corazón.

Es tiempo de resurrección en lo personal, lo familiar, en lo social, 
acunemos llenos de visión y de fe, lo mejor 
y lo mejor vendrá.